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miércoles, 30 de octubre de 2013

CÓRDOBA, SUS TABERNAS Y LOS VINOS DE MONTILLA - MORILES



La visita a la Mezquita-Catedral de Córdoba merece por sí sola un viaje a esta histórica ciudad que conserva su herencia cultural y esplendor arquitectónico al paso de los siglos. Así, además de admirar la asombrosa belleza de su Mezquita, una de las imágenes más impactantes que yo he podido ver, podemos visitar el Alcázar de los Reyes Cristianos y sus jardines, o cruzar el Puente Romano sobre el río Guadalquivir o, simplemente, pasear por el entramado de calles del centro histórico, uno de los más grandes de Europa y Patrimonio de la Humanidad.

Córdoba, la antigua capital califal, se caracteriza por sus casas blancas, sus plazuelas, callejas, patios, flores… rincones de sol y sombra, de silencio amenizado por el susurro de las fuentes. Es una bella ciudad tanto de día como de noche. Cómo no, también destaca, y mucho, su gastronomía: el aceite, la carne y el jamón ibérico del valle de los Pedroches y, por supuesto, sus vinos, son algunas de sus contribuciones más importantes.

Recordemos que al igual que en el Marco de Jerez, los vinos de Montilla-Moriles emplean el sistema de criaderas y solera. Pero existe alguna diferencia, como la no necesidad de encabezar sus vinos base para desarrollar el velo de levaduras, debido a que adquieren la graduación de 15º de alcohol de una forma natural por las características de la uva protagonista de la zona, la pedro ximénez. Cuentan que fue traída de la zona del Rhin por un soldado de los tercios de Flandes en tiempos de Carlos V, llamado Peter Siemens. Además de vinos generosos, bien bajo crianza biológica u oxidativa, elaboran los afamados vinos dulces Pedro Ximénez.

En Córdoba, las tabernas tradicionales están revestidas de azulejos, atiborradas de carteles taurinos, con patio, algunas con pozo y muchas con toneles. Son lugares de tertulia, de reunión familiar, de amigos, o también adonde acudir solo. Y la mejor opción para degustar los platos tradicionales y darle al tapeo. Las tapas, icono de la cultura española, y los vinos de esta zona combinan extraordinariamente bien. Por cierto, mejor pedid medias raciones, son generosas y probareis más cosas. Éste fue nuestro recorrido:


Nuestra primera visita tabernaria, comenzamos a disfrutar de las costumbres de la zona: jamón ibérico del Valle de los Pedroches, salmorejo cordobés, berenjenas fritas con miel de Montoro (pueblo de la Sierra Subbética), cochifrito ibérico y flamenquín (jamón serrano enrollado en lomo de cerdo y rebozado en pan rallado). De postre: crema dulce de queso de Zuheros (al sur de la provincia) y torta de Inés Rosales, y tarta de la abuela con arrope de Px (chocolate, galleta y natilla con el arrope por encima), tarta típicamente casera.

La carta de vinos apuesta por los de la tierra. Existe la posibilidad de probar por copas varios de ellos, y así hicimos:

Tinaja Lagar Blanco, está claro que en estos vinos de tinaja no hay que buscar complejidad, son vinos del año fermentados en tinajas de cemento y destacan por su frescura; comparamos el Amontillado Piedra Luenga de Bodegas Roblesvino de cultivo ecológicoy el espectacular Amontillado Viejísimo Solera de 1922 de Toro Albalá, muy distintos entre sí, virtuosos en sus características personales; Pedro Ximénez Viejo de Bodegas Gracia, me gustó más su boca que su nariz, en cualquier caso es un postre por sí mismo.

La decoración de La Montillana es fundamentalmente taurina, con cuadros de importantes figuras del toreo. Es una taberna tradicional reformada por completo. Comimos de lujo y a buen precio.


Dibujo del pintor taurino López Canito, dedicado a La Montillana

Bodegas Guzmán

Localizada en el laberíntico barrio de la Judería, muy cerca de la Puerta Almodóvar, entrada que atraviesa la muralla de la ciudad. Al acercarnos, nos llega el aroma de vino que emana de su portalón. Las botas con su propio vino reposan en una parte visible de la bodega. Esta taberna es visitada por muchos lugareños, verdaderos parroquianos, y también turistas, sorprendidos por su autenticidad. Yo no me perdería su Oloroso Abuelo acompañado por las albóndigas cocinadas en el mismo vino.


A un paso de los bellísimos Patios de Viana, se sitúa esta cuidada y bonita taberna. El vino de la casa es el Fino en Rama de Toro Albalá, a quienes les compran a granel. Ofrecen menú diario pero optamos por probar algunos de sus platos más representativos. El salmorejo, muy espeso, fresco y riquísimo; disfrutamos también con el venao en salsa de espárragos y el lechón frito, todo ello en el patio central, bajo luz natural, alrededor del cual existen distintas salas o comedores

Varias peñas taurinas, como la de Manolete, y alguna flamenca, como la peña Fosforito, tienen su sede en esta taberna ofreciendo regularmente recitales flamencos y organizando tertulias taurinas.

En su origen era una piconería (donde se hacía el carbón para los braseros), después pasó a ser bodega, convirtiéndose en taberna a partir de los años 40. Célebres personajes pasaron por este lugar, entre ellos Federico García Lorca.


Un lugar que no me quería perder, se haya en el popular y castizo barrio de San Lorenzo, donde los turistas, si llegan, saben lo que buscan. Nos contaron, muy amablemente, que su origen fue el de las sociedades de plateros creadas en distintos puntos de la ciudad en el siglo XIX, eran como las antiguas corralas, con un patio central y viviendas alrededor. En ésta, hay también un hermoso patio adyacente al aire libre con olivo, limonero y mandarinos. Desde él se puede observar la bodega donde reposan más de 300 botas con vino destinado a esta taberna.

En otra taberna de nombre parecido, Taberna Plateros, también muy agradable, localizada en la calle de San Francisco cerca de la Plaza del Potro, ya habíamos probado anteriormente algunos vinos que provienen de las botas que menciono, Fino Peseta y Platino, éste de más cuerpo (7 años), junto a típicas tapas como japuta en adobo, bacalao rebozado o el salmorejo.

En el restaurante taberna de la Calle María Auxiliadora, optamos por degustar su salmorejo con jamón del Valle de los Pedroches (fino y con sabor a buen aceite) y probar por fin el Rabo de Toro al Oloroso, acompañado con un medio del mismo vino, el Oloroso Oro Viejo de la casa, de 30 años de vejez media. De postre, un exquisito Pedro Ximénez, invitación de la casa, y un tocinillo de cielo. (Un medio equivale a un octavo de litro, es decir, medio cuartillo, el tamaño de la copa).

Atendidos por Francisco, quiero destacar su dedicación, quien sin ser propietario ni máximo responsable, nos enseñó la taberna, sus salones y sala de exposiciones, nos habló de su historia, de las costumbres del lugar, de sus vinos, sus platos… todo ello mostrando el cariño y apego hacia su trabajo. Observamos en todo nuestro recorrido por los locales tradicionales de la ciudad que abunda el profesional de oficio. También conocimos al gerente del local, otro ejemplo de amabilidad. La verdad es que la simpatía aquí no está reñida con la calidad, al contrario, van unidas. La taberna es conocida incluso en la televisión alemana.




Para nuestros desayunos, tostas y aceite cordobés, visitábamos el Mercado de la Victoria, inaugurado en mayo en el Paseo del mismo nombre. Diversos puestos gastronómicos lo forman, al estilo del Mercado San Miguel de Madrid. Desayunábamos en la cafetería Panea. El responsable de este bar y cocinero experimentado, Paco Urbano, nos mostró las instalaciones de la proyectada escuela de cocina situada en una sala adyacente, y nos presentó otro cocinero cordobés, Juanjo Ruiz, quien, en La Salmoreteca, uno de los mostradores del Mercado, realiza distintas interpretaciones del salmorejo, siempre utilizando ingredientes de la tierra. Destacaban sus colores, negro el de tinta de calamar, verde el de aguacate, amarillo el de maíz… y apetecía probarlos todos. Degustamos una mazamorra, un plato tradicional originario de Almodóvar del Río y que a diferencia del salmorejo no emplea tomate y sí almendras.




En la plaza San Miguel, a medio camino entre la Plaza de las Tendillas y la Plaza del Cristo de los faroles, se encuentra esta antigua taberna fundada en 1880. En esta casa se creó un club de seguidores del torero Guerrita, famoso en el siglo XIX. También ha sido un lugar visitado asiduamente por el padre de Manolete y, según nos contaron, Julio Romero de Torres tenía su mesa fija como buen parroquiano. Presenta un patio interior y varias salas. Por supuesto probamos su rico pisto casero con huevo frito, acompañado de un medio del Fino en Rama de Toro Albalá, ah, y unas buenas manitas de cerdo.




Está situado a un lateral de la Mezquita y cerca de famosos rincones como la Calleja del Pañuelo o la no menos famosa Calleja de las Flores. Este bar es famoso por el grosor de su popular tortilla de patatas y lo cierto es que, a pesar de su tamaño, de un palmo, resulta jugosa y sabrosa. Hacía mucho que no me comía un pincho de tortilla tan a gusto, y además en la calle, apoyado en los escalones de la Mezquita.

Entre paseo y paseo por esta histórica ciudad siempre oíamos muestras de cante flamenco provenientes de algunas tabernas. Alegrías, me informaron en referencia a mi curiosidad… En la Plaza del Potro, en una antigua posada nombrada por Cervantes en su obra “Don Quijote de la Mancha”, existe actualmente un interesante centro dedicado al flamenco.


A escasos pasos del sensacional Museo Julio Romero de Torres (inaugurado en 1931) donde se expone una de sus obras cumbre, “Chiquita Piconera”, encontramos Bodegas Campos, casa fundada en 1908 y actual taberna-restaurante. Muy amables, nos invitaron a recorrer los patios y salones de esta casa y admirar su colección de antiguos carteles de ferias taurinas. Curiosamente, en su carta no disponen de gran variedad de vino de la zona, sin embargo, el ofrecido, Fino en Rama Saavedra, un vino sin filtrar, nos gustó mucho. Y no digamos su comida: “Salmorejo con gelatina de Px”, delicioso; “Copa de ajo blanco”, ligero, fresco, suave; “Asadillo de pimientos”, muy buena verdura; “Arroz de rabo de toro”, impresionante, lo recomendamos, y para finalizar, probamos un rico “Hojaldre crujiente con crema ligera” demostrando también gran nivel en los postres. Salimos muy contentos.



En mi cuaderno de notas quedaron pendientes otras direcciones, como Taberna Salinas (cerca de la Plaza de la Corredera), una de las más antiguas, o la Taberna Góngora. Pero, como dijo el torero cordobés Rafael Guerra “Guerrita”, uno de los más afamados en su tiempo, a finales del XIX: “Lo que no pue sé no pue sé, y ademá es imposible”. Será en un próximo viaje.

Evidentemente, no nos fuimos de Córdoba sin acercarnos a alguno de sus pueblos vinícolas. La campiña y la sierra dominan el paisaje alrededor de Córdoba y, además de las viñas, destacan los extensos campos de olivos y su olor a almazara. Después de Jaén, es la segunda provincia española en extensión de olivar y producción de aceite, que es como decir la segunda del mundo.

La zona de producción de los vinos amparados por la Denominación de Origen Montilla-Moriles se ubica en la totalidad de los municipios de Montilla, Moriles, Doña Mencía, Montalbán, Monturque, Nueva Cateya y Puente Genil; y en parte de Aguilar de la Frontera, Baena, Cabra, Castro del Río, Espejo, Fernán-Nuñez, La Rambla, Lucena, Montemayor y Santaella.

Destacan los suelos ricos en carbonato cálcico, los denominados alberos o albarizas. El clima es cálido y seco, de largos veranos e inviernos cortos y fríos.

Dentro de la D.O., encontramos importantes bodegas, como Alvear y Bodegas Robles en Montilla o Toro Albalá en Aguilar de la Frontera. Nosotros nos citamos con Pérez Barquero, situados en Montilla, a escasos 45 kilómetros de Córdoba.

La visita a las Bodegas Pérez Barquero resultó muy agradable, nos mostraron distintas naves, las denominadas catedrales por su estructura y magnitud en las que crían finos y amontillados, y las semiabiertas al exterior donde envejecían las botas de olorosos y de pedro ximénez. Para las botas de vinagre también utilizan el sistema de criaderas y solera. Nos enseñaron la bodega de brandies, elaborado a partir de la variedad airén.

Pero lo que más me sorprendió fue la sala donde mantenían en uso 350 tinajas de cemento blanco de 6000 litros de capacidad, cada una tenía 4 metros de profundidad.

Degustamos distintos vinos de la casa: Gran Barquero Fino (de 10 años), Amontillado (nos contaron que el origen de estos vinos se sitúa en Montilla, de donde toman su nombre), Oloroso (intenso, complejo, con un matiz abocado), Pedro Ximénez (aroma de uva pasificada, suave, untuoso, 15%).

A quien le cueste iniciarse en estos vinos, al igual que con el vino de Jerez, me permito decirle que son vinos a los que hay que aprender a amarlos. Debemos insistir y educarnos el paladar.

Definitivamente, disfrutamos en esta acogedora tierra.

Vicente





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