Sado es una pequeña isla situada a 45
kilómetros al noroeste de la ciudad de Niigata, en aguas del mar de Japón. No es
de las islas más pequeñas, pero con una población de sólo unos 66.000
habitantes en una extensión de 855 km2 y un paisaje de mar, bosque y
montañas, sugiere una clara invitación a la relajación.
La producción de la isla se basa en la pesca y la
agricultura, destacan productos como el sake (existen varias destilerías en la
isla), el caqui, arroz, las setas silvestres... Los campos de cereales forman parte también del paisaje.
Nuestro viaje comenzó en tren desde Tokio hasta
Niigata. El ferry hasta Ryotsu, lugar de entrada a la isla, es su unión con el
resto del país. Una vez allí, no disponen de tren como medio de transporte pero
sí de autobuses y taxis.
Nos distrajimos en el tren hasta Niigata charlando
con nuestra amiga Kazumi Nagase, quien nos acompañaba y había organizado el
viaje. Disponíamos de nuestro propio combustible, que tampoco faltó durante el
recorrido en ferry:
Ouf! Pétillant Naturel de Jean-Baptiste
Menigoz, Les Bottes Rouges. L13.
Pet'Nat comprado días atrás en The Wine Store en Tokio. Chardonnay del Jura.
Shinkansen! Tren bala! Ouf!
Nora Pon Blanc 2015, variedades kerner y müller-thurgau, bodega Nora Kura. Para evitar la oxidación se ha embotellado
intencionadamente mientras contiene algo de gas (dióxido de carbono - CO2).
Trabajan sin ninguna adición de sulfito.
La isla de Sado no aparece habitualmente en los itinerarios
turísticos por Japón. Nuestra visita a la isla, de marcado carácter rural, aunque
fuera en días algo lluviosos y grises, no le restó belleza y encanto al lugar. No
me extraña que fuera elegida como hogar por uno de los vignerons franceses
cuyos vinos están entre los más buscados por los aficionados y profesionales.
Hablo de Jean-Marc Brignot,
vigneron del Jura, quien tanto en Francia como en el mundo del vino natural
adquirió un gran prestigio.
Brignot y su mujer Satomi san, japonesa, pero no de
Sado, se instalaron en esta isla en 2013. Sado no es una isla común, algunas otras
personas, bien del resto de Japón o bien de otras partes del mundo se han
trasladado hasta este lugar con el objetivo de disfrutar de la felicidad que
proporciona vivir rodeado de naturaleza. Así pienso que es el caso de Brignot,
quien intenta hacer realidad su proyecto de hacer vino en este lugar sin
tradición vinícola pero donde se siente con la suficiente libertad para ello.
Sería un pionero en la zona. No olvidemos que en Japón existe un gran interés
por el vino natural.
Nuestra amiga Kazumi, mi pareja y yo cenamos con
Brignot y su mujer en el bistrot que abrieron con el nombre de La Barque de
Dyonisos, sin duda el primer bar de vinos de la isla. ¡Y qué vinos!
Satomi san cocinó varios platos deliciosos,
utilizando los ingredientes locales, productos de temporada como calabaza,
setas y pescado de la zona... bien elaborados, de forma sencilla, sin
enmascarar sabores.
Jean-Marc me enseñó su bodega, la selección de vinos
era variada y de excelente gusto, pero yo tenía claro que esa noche deseaba
beber algunos de sus vinos, y así lo hizo:
Harddèche. L13. Cabernet
sauvignon y carignan. Vino elaborado en asociación con Anders Frederik Steen y
con la materia prima del domaine du Mazel, de Jocelyn y Gerald Oustric, en
Ardèche. Ya había bebido en otras ocasiones un par de botellas de este gran
vino, pero nunca compartido con su autor.
Sweet beginning of a
better end. Bonito nombre para un bonito vino. Syrah, grenache
y carignan. También añada 2013.
El siguiente vino, Klockkaine L13, es una gewürztraminer tremendamente fresca,
alejada de los aromas concentrados a lichis; seca, adictiva, extraordinaria.
Uva de Laurent Bannwarth, en Obermorschwihr, Alsacia. Bravo Jean-Marc.
Vinos a los que no se les ha añadido nada durante su
vinificación, ni nada se les ha quitado. Vinos vivos y puros.
Fue una bonita velada, de amena conversación.
Brignot es un librepensador y siempre es interesante su opinión y su visión, no
sólo en lo que respecta al mundo vinícola. Belle soirée!
Tras la cena paseamos hasta el ryokan donde
estábamos hospedados. La experiencia vivida por el momento en la isla y la
brisa del mar tan cercano, a sólo unos pasos, me hacía pensar en lo acertada que
fue la decisión de Brignot y su familia de vivir en este lugar que ejerce tan irresistible
atracción.
A la mañana siguiente, visitamos una destilería de
sake cercana. Su proceso de elaboración es realmente interesante, también la
complejidad del producto en cuanto a sabores, aromas y texturas.
Nos recogió Brignot, quien se había ofrecido para
acercarnos hasta un restaurante cuya visita no nos podíamos perder en las pocas
horas que nos quedaban en la isla. Se trataba de Soba Mozem, dirigido por Yoshiko
Kawakami san y Saito Kazuo san, otra pareja que decidió continuar su vida aquí.
El plato de soba es su especialidad, son fideos
finos elaborados con harina de alforfón (trigo sarraceno), pero también nos
encantó otro de los platos que degustamos, consistía en pescado de la isla,
marinado en limón y sal, aderezado con vinagre de caqui, setas silvestres y
verduras. También probamos 2 diferentes sakes. Uno de ellos, más complejo, era
sensacional. ¡Qué bien comimos en Soba Mozen!
Tras
la exquisita comida, tocaba regresar a Tokio. En las pocas horas en esta isla
no tuvimos tiempo de visitar otros artesanos establecidos aquí ni tampoco coincidimos
con las fiestas populares del lugar. Según he leído son famosas las danzas que
se pueden ver en los teatros Noh y en las que los hombres se visten de demonios
y bailan al son del taiko o tambor japonés.
Nos
despedimos de Sado, de su encanto, y de nuestros amigos de esta isla. La verdad
es que apetecía quedarse y comenzar una nueva vida.
Hasta
aquí llega nuestro recorrido por Japón. ¡Un viaje inolvidable!
Vicente
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